lunes, 9 de abril de 2007


El Pirata aún aletargado se da cuenta de que algo está pasando y abre un solo ojo, escudriña toda la cabina sin alarma, da un par de vueltas en la cama y vuelve dormir. Cinco minutos más tarde termina de despertarse con el aroma del café que ya está listo sobre el buró. Bebe un sorbo, enciende un cigarro, toma el último de sus escritos para echarle un vistazo pero tres segundos mas tarde lo abandona, mientras piensa que tarde o temprano tendrá que dejar de escribir.

Rebusca en su cabeza los sueños aún frescos pero no consigue recordar nada de la estéril noche, se acerca a la ventana y se da cuenta que el descenso de la nave ya término. La cabina del Pirata no muestra daño alguno ya que, como todo viejo lobo de mar, ha tomado medidas que impidan que su tesoro se vea deteriorado: un acervo bibliográfico que la mismísima Alejandría envidiaría, cientos de libros de todos tamaños y espesores caprichosamente ordenados por épocas históricas descansan en finísimos muebles de maderas exótica acompañados por una, también envidiable, selección de vinos.

Revisa que todo esté bajo control y tomando sus lentes de sol, se asoma por la ventana: el paisaje le ofrece un negro más profundo que todas las noches juntas y fija su mirada en la delgada luz azul que lejana le indica que todo está a punto de comenzar. Con la taza del café en mano sale de su habitación, camina el estrecho pasillo principal de la nave, va recorriendo una a una las cabinas asegurándose de que la Muda y el Mico ya están despiertos, voltea hacia la torre interna y con la mano del garfio levantada saluda al Capitán Vinilo, quien responde de mala gana.

No hay comentarios: