Un voraz viento perturba por enésima vez el tranquilo meneo interestelar de la Maria Tijuana. La nave como siempre, era movida por las apacibles mareas de meteoros que inundaban el cosmos, donde desde hacía ya varias décadas un grupo de “extraños seres” habían decidido evadir la mutación terrestre y se dedicaban a peregrinar por confines del espacio cósmico.
Aunque el viaje inicial lo emprendieron solo cinco tripulantes, con el correr del tiempo fueron encontrando a su paso originales seres “non-mutados” que se fueron sumando al viaje y que como ellos, habían escapado de la tierra y sus nuevas leyes de convivencia. El Código de los mutantes en el poder permitía una accesibilidad casi ilimitada a todo, todo podía ser usado, destruido, aparentemente nada estaba prohibido, con excepción de Amar, Vivir y Pensar. Pero siempre a la misma hora y en un sitio que los radares identificaban como: ningún lugar, un gran torbellino atrapaba a la María Tijuana, súbitamente el timón de la nave comenzaba a girar y empezaba un desplome que parecia no tener fin.
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